En las faldas del Popocatépetl, donde la tierra respira y el cielo platica con las montañas, un grupo de hombres y mujeres mantiene vivo una antigua tradición que conecta lo humano con lo divino: los tiemperos. Los guardianes del tiempo, también conocidos como misioneros del temporal, son expertos en rituales que, a través de su conexión con la naturaleza y los elementos, buscan la armonía entre la humanidad y su entorno.
Sin embargo, la tarea de estos especialistas rituales, espiritual y comunitaria a la vez, enfrenta dificultades que amenazan con desmoronar su legado. En el reciente conservatorio Trabajadores del temporal en la región de los volcanes que tuvo lugar en el Salón Barroco del Edificio Carolino el jueves 5 de diciembre, se reunieron tiemperos de Puebla y el Estado de México, convocados por Julio Glockner, el antropólogo que desde la década de 1980 investiga, apoya y difunde su labor.
Fue, por lo tanto, una ocasión especial, única, realmente, para escuchar las palabras de estos guardianes. Samuel Contreras Sánchez, integrante del Cupreder y conocedor del territorio, abrió la jornada señalando la relevancia de suscitar estas observaciones.
"Están relacionados con el conocimiento ancestral de nuestras comunidades", señaló, mientras los asistentes se preparaban para adentrarse en un universo donde espiritualidad y naturaleza se relacionan mutuamente.
Entre los participantes se encontraban cuatro tiemperos: Antonio Analco, de Santiago Xalitzintla; Petra Sánchez, de San Jerónimo Coyula; Gerardo Páez y Esmeralda Estrada, ambos procedentes de Amecameca.
“Tiemperos” en Puebla, “graniceros” en el estado de México y “misioneros del temporal” en Morelos, pero cada uno de ellos contó sus relatos de vida que revelan la profunda conexión que mantienen con la tierra, los volcanes y los elementos.
El llamado de Don Goyo
Antonio Analco, un hombre de mirada serena y voz pausada, compartió sus vivencias desde su infancia. "Desde mi infancia, tuve la capacidad de interpretar las señales de la naturaleza", señaló.
Para él, el volcán Popocatépetl, conocido como Don Goyo, no es solo una montaña; es un ser vivo que se encuentra conectado con su comunidad a través de la ceniza, las nubes y el viento y de su voluntad depende que la lluvia venca a la sequía y sus exhalaciones no sepulten la vida de las comunidades del volcán:
"Cuando alguien me solicita ayuda, confían en mí porque yo confío en Don Goyo y en el Padre Celestial", señaló, mientras sus manos se estremecían con la pasión de quien ha dedicado su vida a esta tarea.
Petra Sánchez, por su parte, relató cómo su conexión con Don Goyo tuvo lugar a través de sueños. "Me entregó objetos extraños y me llamó a ser guardiana del tiempo", dijo.
Su narración revela cómo la espiritualidad se manifiesta en el entorno diario, impulsando a aquellos que están dispuestos a escuchar.
"Al comienzo me resistí, pero comprendí que era mi responsabilidad proteger a mi pueblo", añadió con una mezcla de humildad y determinación la persona que acompaña a Don Antonio en los rituales del volcán.
Relatos de una transformación
Gerardo Páez, de Amecameca, relató cómo su vida cambió después de ser alcanzado por un rayo en 1997. "A partir de ese momento, comencé a tener sueños y visiones que me llevaron a trabajar en el cerro del Sacromonte", explicó. Allí realiza rituales para proteger a su comunidad, aunque no sin dificultades.
"Hemos enfrentado la invasión de nuestros lugares sagrados por parte de turistas y grupos esotéricos que no entienden el significado de estos espacios. Es como interrumpir una misa en una iglesia", lamentó.
Esmeralda Estrada, también de Amecameca, compartió cómo en 2017, tras el sismo, comenzó a recibir mensajes de los señores del tiempo.
"En mis sueños, les limpio sus casas, les lavo la ropa y les preparo alimentos. Es mi forma de mantener el equilibrio con la naturaleza", explicó.
Sin embargo, también habló de los límites que le han impuesto. "No puedo ir más allá de lo que me permiten. He aprendido a respetar sus reglas", confesó.
La sabiduría de los ritualistas
El antropólogo Julio Glockner, quien abrió el conversatorio, contextualizó la importancia de los rituales en la vida de los tiemperos.
"Los rituales son acciones simbólicas que cohesionan a la comunidad", explicó, citando al filósofo Byung-Chul Han.
Glockner destacó que los rituales generan una "comunidad sin comunicación", donde los símbolos son comprendidos de manera colectiva, en contraste con la "comunicación sin comunidad" que predomina en el mundo moderno.
Los tiemperos, a través de sus rituales, establecen resonancias en tres niveles: vertical, con las deidades y el cosmos; horizontal, entre los miembros de la comunidad; y diagonal, con los lugares y objetos sagrados.
Estos rituales no solo fortalecen los lazos comunitarios, sino que también son fundamentales para la regulación del clima y la fertilidad de la tierra en tierras que dependen del agua del temporal, siempre irregular por exceso o por defecto.
Desafíos de un tiempo nuevo
Sin embargo, la labor de los tiemperos no está exenta de desafíos. La apropiación cultural, el vandalismo y el turismo irresponsable son problemas que amenazan la continuidad de sus tradiciones.
"Los lugares sagrados son Axis Mundi, puntos donde confluyen las dimensiones de la existencia", explicó Glockner.
Sin embargo, estos espacios están siendo destruidos, poniendo en peligro no solo las tradiciones, sino también el equilibrio espiritual y ecológico de la región, en un proceso conexo de vandalización y folklorización de las tradiciones comunitarias en la región del Iztaccíhuatl-Popocatépetl.
Gerardo Páez denunció que los templos naturales de su comunidad, desde cuevas a cascadas, han sido invadidos y modificados por grupos esotéricos.
"Colocan objetos ajenos a nuestra tradición y destruyen nuestras ofrendas. Esto altera el equilibrio que buscamos mantener", explicó.
Por su parte, Esmeralda Estrada hizo un llamado a respetar estos espacios.
"Es como si invadieran nuestra casa. Necesitamos que comprendan que estos lugares no son para el espectáculo, sino para la conexión espiritual", afirmó.
Un llamado a la acción
Los tiemperos hicieron un llamado urgente para proteger los lugares sagrados y respetar sus tradiciones. Propusieron establecer registros oficiales, delimitar los espacios rituales y educar a los visitantes sobre su importancia.
"No se trata de prohibir el acceso, sino de garantizar que quienes lleguen lo hagan con respeto", enfatizó Gerardo.
Antonio Analco, con la sabiduría que le otorgan los años, resumió el sentir de los tiemperos:
"Este trabajo no se aprende, se nace con él. Pero también se necesita respeto, porque sin respeto, no hay conexión con la naturaleza ni con lo divino".
Un Legado que Debemos Proteger
La historia de los tiemperos es un resabio de otros tiempos, cuando el hombre pertenecía a la naturaleza y negociaba con lo sagrado para evitar, o mitigar, las catástrofes naturales y garantizar la supervivencia de la comunidad, cuyos especialistas rituales, o tiemperos, vinculan con lo sagrado.
A medida que la secularización del mundo avanza y brotan fenómenos sectarios, New Age, sin conexión con el entorno ni el pasado, esta sabiduría ancestral se encuentra amenazada de desaparición y suplantación.
Estos rituales atraen a multitudes que ni conocen ni respetan este universo simbólico que Julio Glockner y Aurelio Fernández retrataron en un artículo que fue parteaguas en junio de 1989: Los volcanes y los hombres, gracias al cual conocimos el nombre popular del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, Don Goyo y Doña Rosita. Aunque su nombre completo es Gregorio Chino Popocatépetl, para ser más precisos.
La protección de sus tradiciones y lugares sagrados no solo es un deber hacia ellos, sino un compromiso con nuestro propio futuro.
En un mundo que a menudo olvida la importancia de la espiritualidad y la conexión con la tierra, o se convierte en producto de mercado para urbanitas desesperados, los tiemperos nos recuerdan que, al final, somos parte de un todo.
El conversatorio del Carolino fue, ante todo, un llamado a proteger las labores del tiempero que preservan el equilibrio espiritual y ecológico en la región de los volcanes, donde la desforestación, la contaminación y la folklorización avanzan, implacables, contra los pobladores del Popo.
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